La
lectura
Tal
vez alguien piense que hubiese sido deseable que, antes de empezar a
hablar del lenguaje escrito, hubiéramos presentado una descripción
anatómica y fisiológica del sistema visual y manual de los seres
humanos, de la misma manera en que para el habla se presentó el
sistema articulatorio/auditivo en la Parte IV. Pero esto no se suele
hacer con los tratamientos lingüísticos sobre lectura y escritura,
porque en el estado actual de nuestros conocimientos, es muy poco lo
que se puede decir. El estudio de lo que ocurre cuando percibimos el
lenguaje visualmente y lo procesamos es muy reciente, y mientras que
se sabe algo de las operaciones de procesamiento que probablemente se
producen, las correlaciones neuroanatómicas de dichos procesos
permanecen oscuras. Además, en principio tal vez sea poco lo que se
puede decir, dado que las estructuras del ojo y de la mano no parecen
estar biológicamente adaptadas para el lenguaje escrito de la misma
manera que los órganos vocales lo están para el habla (aunque esto
no es demasiado sorprendente, dado el desarrollo relativamente
reciente de la escritura) En consecuencia, la mayor parte de las
investigaciones las llevan a cabo psicólogos que se preocupan menos
por la estructura y el funcionamiento del ojo, y más por encontrar
modelos de la manera «profunda» en que trabaja el cerebro cuando
procesa el lenguaje escrito.
Movimientos
del ojo
Pero
hay un asunto fisiológico que ha llamado considerablemente la atención:
la naturaleza de los movimientos del ojo. Se pueden emplear varias técnicas
para registrar dichos movimientos, como la de pegar un espejo a una
lentilla situada sobre la córnea: luego se puede filmar un rayo de
luz reflejado por el espejo. Utilizando estos métodos, los
investigadores han demostrado que los ojos trabajan juntos, y que
cuando buscan un objeto se mueven con una serie de rápidos
movimientos bruscos, denominados saccades (del francés, «el flamear
de una vela»). Entre dos movimientos hay un periodo de relativa
estabilidad, conocido como fijación. Durante la lectura, los ojos no
siguen las líneas impresas de una forma uniforme y lineal, sino que
proceden a base de saltos y fijaciones. Normalmente hacemos 3 o 4
fijaciones al segundo, aunque el ritmo y la duración pueden verse
afectados por el contenido de lo que se lee, y hay algunas variaciones
según las lenguas.
Lo que ocurre durante la fijación tiene
especial importancia cuando se estudia el proceso de la lectura. Las células
nerviosas que convierten la luz en impulsos nerviosos se encuentran en
la retina, en el fondo del ojo. La región central de la retina, donde
se concentran apretadamente las células receptoras, recibe el nombre
de fóvea. Ocupa unos 2º de ángulo de visión, y es la zona que
ofrece una visión más detallada, como la que se necesita para
identificar formas gráficas. Cuanto más lejos está un estímulo de
la fóvea, menor es nuestra capacidad de discriminación. El área
parafoveal rodea la fóvea, y está rodeado a su vez por la periferia.
Estas zonas no participan tanto en la acción de leer, pero tienen
cierta importancia en la detección de patrones visuales mayores en un
texto.
Una
secuencia de movimientos oculares
Las
fijaciones aparecen como círculos, y el orden de los
movimientos queda representado por las flechas; no se dice
nada acerca de la duración de cada fijación. En las
fijaciones de la oración «El vehículo casi aplastó a un
peatón», tal como aparecen aquí, el lector dedica la mayor
parte del tiempo al principio de la oración. Nótese (i) que
la palabra un no recibe una fijación independiente (y
posiblemente el tampoco): (ii) la primera parte de la oración
es examinada tres veces. Esta clase de efectos requiere una
explicación compleja, en la que los rasgos físicos del texto
(como la longitud de las palabras) interactúen con sus
propiedades semánticas.
El vehículo casi aplastó a un
peatón |
Espacio
perceptivo
¿Cuánto
material lingüístico se puede ver en una fijación? La mayoría de
la información sobre el espacio de percepción visual nos la da el
uso del taquistoscopio; la persona presencia una breve ráfaga de imágenes
de letras o palabras, y luego comprueba cuántas puede recordar. En
una sola exposición de 1/100 de segundo generalmente se pueden
recordar 3 o 4 letras aisladas o 2 o 4 palabras cortas. Hay varios
factores que afectan al resultado, como son la distancia entre los estímulos
y los ojos, y si las letras o palabras están lingüisticamente
ligadas.
No obstante, este método no reproduce lo que
ocurre realmente durante la lectura, donde las personas hacen varias
fijaciones por segundo y no tienen que decir qué es lo que han visto.
Por consiguiente, se han puesto a prueba otros métodos para estudiar
el espacio perceptivo. En un estudio muy sofisticado se incluía el
uso de tecnología informática (K. Rayner & G. W. McConkie,
1977). Un monitor del movimiento de los ojos iluminaba el ojo con luz
infrarroja invisible, y medía la cantidad de luz reflejada por
ciertas partes de la superficie ocular. Luego, a este equipo se le
conectaba una computadora programada para controlar la posición del
ojo 60 veces por segundo y registrar a dónde estaba mirando la
persona y cuánto duraba cada movimiento de fijación. El texto que
había que leer aparecía en una pantalla controlada también por la
computadora, lo que permitía a los investigadores introducir cambios
en ella durante un período de movimiento ocular.
En otro experimento, se «mutilaba» un
fragmento de un texto reemplazando las letras con una x. Cuando los
sujetos miraban el texto, el ordenador reemplazaba automáticamente
por las letras originales las x de una zona determinada alrededor del
punto central de visión. Esto creaba una «ventana» de texto normal
en la zona foveal del sujeto durante esa fijación. Cuando los ojos
del sujeto se movían, la ventana se volvía a reemplazar con las x y
se creaba una ventana nueva. El tamaño de la ventana estaba bajo el
control del investigador: en la tabla mostramos una ventana de 17
caracteres. Los sujetos no tenían dificultades para leer en estas
condiciones, a menos que la ventana se volviera demasiado pequeña.
Mediante la utilización de ventanas de
distintos tamaños y distintas mutilaciones del texto, se pudieron
sacar varias conclusiones sobre el espacio perceptivo. La reducción
del tamaño de la ventana disminuía la velocidad de lectura de los
sujetos, pero no afectaba a su capacidad de comprensión del texto (a
pesar de que todo lo que el lector podía ver eran nueve letras, poco
más que una palabra a la vez). El estudio indicaba que la información
sobre las letras utilizada por los sujetos no iba más allá de 10 y
11 posiciones a partir del centro de visión, aunque se podía obtener
la información sobre longitud y forma de las palabras de mucho más
lejos. Un estudio detallado mostró también que esas zonas no eran
simétricas alrededor del centro de visión: en el lado izquierdo, la
zona empleada durante una fijación se limitaba a cuatro posiciones de
letras.
Se puede concluir que, al mirar un texto de tamaño
medio desde una distancia de 30 cm,. los lectores normalmente no
identifican más de dos o tres palabras cortas (unas 10 letras) en
cada fijación. Las unidades mayores no se pueden ver «de una vez».
Ventanas
de fijación
Una
línea de texto en cuatro fijaciones sucesivas, usando la técnica
de Rayner y McConkie. Cada ventana tiene un tamaño
equivalente a 17 letras, es decir, ocho posiciones de letra a
la izquierda de la fijación, y ocho a la derecha.
Número de
fijaciones.
Texto
1
Xxxxhology means perxxxxxxxxx
xxxxxxxxx xxxx xxxx
xxxxxxx Xxxx xx x
2 Xxxxxxxxxxxxxxs personality diaxxxxxx xxxx xxxx xxxxxxx Xxxx xx x
3 Xxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxx xiagnosis. from hanx xxxxxxx Xxxx xx x
4 Xxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxx xxxxxxxx xxxm hand writing. Xxxx xx x
|
TEORÍAS
SOBRE CÓMO LEEMOS
Tras
una fijación durante la lectura, un patrón visual de rasgos gráficos
es trasmitido a la retina y después a través del nervio óptico,
para que el cerebro lo interprete. Las etapas de este proceso no se
conocen bien, y se han propuesto varias teorías para explicar qué
ocurre cuando un lector lee con fluidez. Una de las razones de que éste
sea un campo tan controvertido es que resulta enormemente difícil
obtener información precisa sobre los acontecimientos que se producen
cuando una persona lee. De hecho, parece que es muy poco lo que ocurre,
exceptuando los movimientos de los ojos, que no explican cómo
consigue el lector sacar un significado de los símbolos gráficos. De
la misma manera, si ponemos a prueba a una persona después de que
haya leído algo, puede que descubramos algo sobre qué ha leído,
pero no cómo lo ha leído. Además las situaciones experimentales
tampoco resultan necesariamente convincentes, porque se pide a los
lectores que hagan cosas anormales, y al analizar el comportamiento de
personas con problemas de lectura se pueden obtener resultados que no
son aplicables a los lectores sanos.
Considerando las dificultades, no parece que el
campo de investigación de la lectura sea especialmente prometedor o
atractivo. No obstante, es un área que ha atraído a muchos
investigadores, en parte gracias a su misma complejidad, y en parte
porque cualquier solución al problema de cómo leemos tendría una
aplicación inmediata en asuntos de alto interés social. Numerosos niños
tienen grandes dificultades para aprender a leer, y muchos nunca
llegan a leer bien. Los cálculos indican que entre un 10% y un 20% de
la población de los Estados Unidos es funcionalmente analfabeta.
Cifras como ésta infunden una sensación de apremio a la investigación
de la lectura.
Aquí «leer» no significa sencillamente «leer
en voz alta», algo que podría hacer una máquina automática
apropiadamente equipada, que no supiera lo que está diciendo. «Leer»
comporta fundamentalmente apreciar el significado de lo que está
escrito: leemos por el significado. Es este vínculo, entre grafémica
y semántica, lo que tiene que explicar cualquier teoría de la
lectura.
¿LEER
CON LOS OJOS O CON LOS OÍDOS?
La
mayoría de la gente, durante su infancia, se ha enfrentado a la
dificultad que supone aprender a leer. Un rasgo importante de esta
labor es que las palabras «se hacen sonar». Es como si leer fuera
posible sólo si los símbolos se escuchan, leyendo «de oído». Por
consiguiente, una de las teorías sobre la lectura sostiene que el
paso fónico o fonológico es un elemento esencial del proceso: se
trata de la teoría de la «mediación fónica». Este punto de vista
implica que leer es un proceso lineal o en serie, que se verifica
letra por letra, en el que las unidades mayores se construyen
gradualmente.
La teoría alternativa sostiene que existe una
relación directa entre la grafémica y la semántica, y que el puente
fonológico es innecesario (aunque se dispone de él cuando se lee en
voz alta). Las palabras se leen enteras, sin desmembrarlas en una
secuencia lineal de letras ni hacerlas sonar, leyendo «con los ojos».
Los lectores utilizan su visión periférica para guiar el ojo hacia
las partes de la página que probablemente contienen más información.
El conocimiento de la lengua y la experiencia general les ayudan a
identificar letras o palabras críticas en una sección de texto. Este
muestreo inicial les permite imaginar de qué manera habría que leer
el texto, y utilizar su conocimiento general para «adivinar» el
resto del texto y llenar los huecos. Según este criterio, un texto es
como un problema que hay que resolver empleando hipótesis sobre su
significado y estructura.
Lectura
conjunta
Pérez
ha aprendido por su cuenta a leer las letras rusas, pero no ha
tenido tiempo de aprender el idioma. A Bronski le criaron
hablando ruso, pero nunca aprendió a leerlo. Un día, Bronski
recibe una carta de un pariente. Como no la sabe leer, se la
enseña a Pérez. Pérez no puede entender lo que pone. Pero
no hay problema. Pérez lee las palabras en alto, y Bronski
las reconoce y las interpreta. Está satisfecho. Pero ¿quién
está «leyendo»? |
Los
argumentos a favor y en contra de estos dos puntos de vista son
complejos y polifacéticos, al derivar de los resultados de un gran número
de experimentos sobre aspectos del comportamiento en la lectura.
Algunas de las cuestiones que han sido planteadas están resumidas
abajo.
A
favor del oído
- Asociar
grafemas y fonemas es un proceso natural que no se puede evitar
cuando se aprende a leer.
- Las
letras se reconocen muy deprisa (unos 10/20 msec. por letra), lo
que basta para dar razón de la velocidad media de lectura (aproximadamente
250 palabras por minuto). Esta velocidad es similar en la
lectura silenciosa y en la oral (aunque la segunda es
ligeramente más lenta, presumiblemente por razones
articulatorias), y se acerca a las normas de habla espontánea.
- Los
estudios estadísticos de frecuencia de palabras demuestran que
la mayoría de las palabras de un texto tienen una frecuencia
muy baja, y algunas aparecen sólo una vez dentro de fragmentos
largos, mientras que otras podrían resultar completamente
nuevas para un lector. Por lo tanto los lectores no pueden
construir demasiadas expectativas sobre un material así, y
tendrán que descodificarlo fonológicamente. Entra dentro de la
experiencia cotidiana el hecho de romper en fonemas o (más
habitualmente) en sílabas cualquier palabra nueva larga: basta
con probar con picomalesefeso para verificarlo.
- Cuando
una persona lee algo difícil, suele mover los labios, como si
la fonología fuera necesaria para facilitar la comprensión.
Puede que existan otros movimientos sub-vocales que hasta ahora
no han sido observados.
- No
es fácil ver de qué manera puede explicar la teoría «del ojo»
las numerosas variaciones de tipos de imprenta y de caligrafía.
No obstante somos capaces de leer estas variaciones con bastante
rapidez, incluso en situaciones experimentales(empleando formas
como BoTe).
- Leer
con los ojos sería un asunto muy complicado. Cada palabra tendría
que tener una representación ortográfica separada en el
cerebro, junto con un proceso separado de recuperación. No
resulta una explicación muy parca.
A favor
de los ojos
- Las
personas que leen con fluidez no se confunden con homófonos
como valla y vaya. La fonología no puede ayudar en estos casos.
Además, en palabras inglesas como tear no hay manera de decidir
cuál es la pronunciación apropiada hasta después de que el
lector haya seleccionado un significado (“llorar” o “desgarrar”).
- En
un tipo de desorden de lectura («dislexia fonológica»), las
personas pierden la capacidad de transformar letras aisladas en
sonidos; son incapaces incluso de pronunciar sencillas palabras
sin sentido (por ejemplo poz). Pero sí son capaces de leer
palabras reales, lo que demuestra que tiene que existir una vía
no fonológica desde el texto impreso al significado.
- La
teoría «del oído» no explica cómo pueden leer algunas
personas a velocidades muy altas, que pueden superar 500
palabras por minuto. Los ojos sólo pueden abarcar un número
determinado de letras cada vez. La lectura rápida resulta menos
problemática para la teoría «de los ojos», puesto que sólo
requiere que los lectores aumenten el muestreo a medida que
aumentan la velocidad.
- En
los experimentos de exposición breve, las personas identifican
más deprisa las palabras completas que las letras aisladas. Por
ejemplo, si se muestra BAR, BIS, A, I, IBS, etc. a los sujetos,
y se les pregunta si acaban de ver A o I, los resultados son
mejores con las palabras conocidas. Se trata del efecto de «superioridad
de las palabras».
- El
hecho de que haya sonidos diferentes que se escriben igual, y
letras distintas que se pronuncian de forma idéntica, complica
el criterio fonológico. Además, algunas reglas ortográficas
no parecen guardar relación con la fonología: -skr, por
ejemplo, es aceptable en la pronunciación inglesa, pero no
aparece en la escritura.
- Se
han observado varios efectos que indican que en la lectura tiene
que intervenir algún proceso de nivel más alto. Los
experimentos han demostrado que es más fácil reconocer las
letras en palabras reales que en palabras sin sentido. Los
errores tipográficos a veces no se perciben cuando se está
leyendo un texto (es el problema de los correctores de pruebas).
Los errores que comete una persona que lee con fluidez el leer
en voz alta suelen ser sintáctica o semánticamente apropiados:
se cometen pocos errores inducidos fonológicamente.
¿Solución
de compromiso?
Es
evidente que ninguna de las teorías explica todos los aspectos del
comportamiento en la lectura: es probable que las personas utilicen
las dos estrategias en distintas etapas del aprendizaje y en el manejo
de distintas clases de problemas en la lectura. Evidentemente, el
planteamiento «auditivo» (denominado a veces teoría «de abajo a
arriba» o teoría «fenicia», por su relación con la unidades básicas
que constituyen las letras) es muy importante en las primeras etapas.
Es posible que tras varias exposiciones a una palabra llegue a
establecerse una trayectoria directa señal impresa-significado. Pero
el planteamiento «ocular» (llamado veces teoría «de arriba a abajo»
o teoría «china», por su relación con la unidades que constituyen
las palabras completas) es necesaria sin duda para explicar la mayor
parte de lo que ocurre durante la lectura fluida de un adulto.
Habría que destacar que algunos de los
argumentos que se nos vienen a la mente en relación con este punto no
apoyan claramente ninguna de las teorías. Por ejemplo, se ha afirmado
que las personas completamente sordas de nacimiento, que han aprendido
a leer posteriormente, constituyen claramente un elemento a favor de
la teoría «ocular»: en estos casos, no se puede disponer de un
puente fonológico. No obstante el hecho de que esas personas tengan
grandes dificultades para aprender a leer podría interpretarse, después
de todo, como un indicio de la importancia de la mediación fonológica.
De igual forma, la existencia del kanji chino y japonés, se ha puesto
aveces como prueba de la fase fonológica es innecesaria. Pero también
en este caso las pruebas son ambiguas. Parece que los sistemas logográficos
son difíciles de aprender; de hecho, pocos usuarios llegan a dominar
4.000 símbolos, de los aproximadamente 50.000 que existen. Por otra
parte, se sabe muy poco del tipo de dificultades que se encuentran al
aprender los símbolos kanji, y los grados de conocimiento que existen
en el uso de los sistemas logográficos.
UN
MODELO COMBINADO
Incorpora
algunos de los descubrimientos del trabajo experimental del
que se habla en esta sección. Se basa en la teoría del psicólogo
británico John Morton (1933- ), pero ignora varios
rasgos detallados de dicho modelo (especialmente en el lado de
la producción) y no utiliza su terminología distintiva, en
que las unidades de reconocimiento de las palabras reciben el
nombre de logogenes.
1. Las palabras conocidas
se analizan visualmente, se reconocen, y se les asigna un
significado. Su forma hablada puede recuperarse desde el
sistema de producción, que puede ser activado por el
significado (comprendiendo lo que se lee) o directamente por
lo patrones visuales (sin comprender lo que se lee).
2. Las palabras
desconocidas se analizan visualmente, y luego pueden ser
analizadas fonológicamente (conversión de letra a sonido).
El patrón sonoro resultante se puede volver a relacionar con
el sistema de reconocimiento auditivo de palabras, para ver si
nos «suena». |
Como
sucede con la mayoría de las oposiciones teóricas, hacen falta
elementos de ambos planteamientos para explicar los descubrimientos
experimentales. Por consiguiente, se han creado varios modelos «de
compromiso», que integran todos los rasgos de la teoría «auditiva»
y de la «ocular». Algunos de estos modelos son extremadamente
complicados, y presentan numerosos componentes y trayectorias, pero
eso era de esperar. A pesar de las claras señales visuales que
proporciona el lenguaje escrito, aprender a leer es un proceso
complicado, y sólo una teoría convenientemente sofisticada podrá
explicarlo.
ESCRIBIR
Es
enormemente difícil descubrir qué ocurre cuando una persona redacta
un texto escrito. Se han creado muy pocas técnicas experimentales
satisfactorias. La observación directa del producto manuscrito
proporciona una información muy limitada, porque el orden en que se
han hecho las revisiones no queda registrado. La observación directa
de una persona que está ocupada en la tarea de escribir no nos dice
mucho sobre lo que está sucediendo «bajo la superficie». Y la
introspección no sirve de mucho, ya que cuando pensamos en nuestra
actividad escritora destruimos su naturalidad. En cualquier caso, una
persona que escribe con fluidez no se da cuenta de lo que hace cuando
toma lápiz y papel.
Por lo tanto, de lo que ocurre en el proceso de
la escritura sólo se puede dar la más general de las explicaciones.
En los modelos de este proceso se reconocen por lo menos tres factores.
- Tiene
que haber una fase de planificación, en que se organizan los
pensamientos, y se prepara un esbozo léxico/gramatical. Esto
comporta que los escritores elaboren lo que los lectores
necesitan saber, para que puedan entender el mensaje. En
particular, tienen que prever el efecto que van a tener sus
palabras.
- Quien
escribe tiene que conocer las convenciones lingüísticas y
sociales que al uso del lenguaje escrito. Esto incluye una serie
de consideraciones generales, como la necesidad de tener una
letra legible, de quedarse dentro de los límites de un sólo
sistema de escritura, y seguir las convenciones normales de
expresión gráfica (como la de escribir en la dirección
esperada), a la vez que el requisito específico de seguir las
reglas de ortografía y puntuación.
- Quien
escribe tiene que elegir un medio de expresión especifico, como
escribir a mano, a máquina, o con un procesador de textos, y
esto requiere tomar en cuenta el control de la motricidad.
Intervienen varios factores, como la coordinación mano-ojo, el
agarre o la posición de la mano, la posición del cuerpo, etc.
Muchas personas escriben a mano muy lentamente, o tiene
dificultades para agarrar un instrumento o manejar una máquina
(especialmente notables en el caso de minusvalías físicas). La
consecuencia no es sólo que se tarda más en escribir el
mensaje: la atención y la memoria podrían estar tan
concentradas en controlar la actividad motriz que el contenido y
la estructura lingüística podrían verse afectados. Las
personas pueden olvidarse de los que querían escribir, incluso
después de haber empezado a escribirlo.
En cualquier caso, estos tres factores no dan
cuenta de todo. Por ejemplo, no explican el hecho de que una gran
parte de la redacción escrita consiste en reescribir. Todo modelo
tiene que tener en cuenta el acto de la revisión, desde las primeras
etapas de tomar notas y apuntes y hacer secciones, a través de varios
bocetos, hasta la versión final. Se trata de un campo de investigación
prometedor: las autocorrecciones y los errores que se introducen
cuando se redacta en lengua escrita. ¿Cómo se aseguran los
escritores de que su trabajo sea inteligible, legible y lúcido? ¿Cómo
detectan que hay problemas en estos aspectos? ¿Cómo identifican los
problemas? ¿Cómo los corrigen? ¿Son apropiadas las correcciones?
Muchas preguntas como éstas esperan respuesta.
Un modelo de la redacción escrita también
tiene que responder del hecho de que lo que las personas ven cuando
escriben puede afectar a lo que piensan. «Ahora que lo he escrito ya
no me gusta», «No es lo que estoy tratando de decir». El
significado no siempre existe antes que la escritura: a veces el
proceso funciona al revés. Un comentario característico es el de
Edward Albee: «Escribo para descubrir en qué estoy pensando». Tales
observaciones subrayan cuál es la principal lección que hay que
aprender del estudio del proceso de escribir: no se trata de un mero
trabajo mecánico, una simple cuestión de poner el habla sobre el
papel. Es una exploración del potencial gráfico de una lengua, un
proceso creativo, un acto de descubrimiento.
La
ortografía
Leer
y escribir siempre se han considerado actividades complementarias:
leer es reconocer e interpretar un lenguaje que ha sido escrito;
escribir es planear y producir formas lingüísticas que puedan ser leídas.
En consecuencia, habitualmente se supone que ser capaz de leer implica
ser capaz de escribir o, por lo menos, ser capaz de deletrear. A veces,
a los niños se les enseña a leer sin preocuparse demasiado por la
ortografía, suponiendo que la aprenderán con el uso. Antiguamente,
algunos maestros seguían el método contrario, y enseñaban
cuidadosamente la ortografía, con la idea de que la capacidad de leer
se desarrollaría automáticamente.
Ciertas investigaciones recientes sobre errores
y confusiones ortográficas han comenzado a mostrar que las cosas no
son tan sencillas. No existe una relación necesaria entre leer y
escribir: los buenos lectores no siempre escriben correctamente.
Tampoco existe una relación necesaria entre lectura y ortografía:
hay mucha gente que no tiene ninguna dificultad en leer, pero se
enfrenta a serios problemas de corrección ortográfica. Incluso
parece haber una base neuro-anatómica, como demuestran los caso de
adultos con lesiones cerebrales que pueden leer pero no deletrear, o
viceversa.
Por lo que respecta a los niños, además, hay
pruebas de que saber leer no se convierte inmediatamente en un
conocimiento de la ortografía. Si así fuera, los niños serían
capaces de leer y escribir las mismas palabras pero no es así. Es
normal encontrar niños que leen mejor de lo que escriben.
Sorprendentemente, lo contrario sucede con algunos niños en las
primeras etapas del aprendizaje de la lectura. En un experimento, se
entregó a unos niños la misma lista de palabras para leer y para
deletrear o escribir: muchos de ellos escribieron más palabras
correctamente de las que eran capaces de leer correctamente.
¿Por
qué es difícil?
¿Por
qué leer y escribir resultan cosas tan distintas? En parte se debe a
que las habilidades activas o de producción son más difíciles de
adquirir que las pasivas o receptivas. Escribir correctamente es un
proceso consciente y deliberado, que requiere un conocimiento de la
estructura lingüística y una buena memoria visual, para manejar las
excepciones y las irregularidades de la escritura. Se puede leen
atendiendo de manera selectiva a los rasgos del texto, fijándose en
unas pocas letras e intuyendo el resto. No se puede escribir de este
modo: el que escribe debe reproducir todas las letras.
Naturalmente, la gravedad de los problemas
relacionados con la ortografía es directamente proporcional al grado
de alejamiento que las convenciones gráficas de una lengua muestren
con respecto a su sistema fonológico. En ciertas lenguas la situación
es especialmente complicada: piénsese que, por ejemplo, en inglés,
una forma de sonido podría, en principio, representarse en la
escritura de tres formas diferentes: sheep, sheap y shepe.
En cualquier caso, las diferencias entre lectura
y escritura no pueden explicarse simplemente sosteniendo que la
escritura es «más difícil», ya que esto no daría cuenta de fenómenos
como el de los niños que escriben mejor de lo que leen. Las dos
capacidades parecen más bien ir asociadas a estrategias de
aprendizaje diferentes. Mientras que le lectura implica el
establecimiento de lazos directos entre expresión gráfica y
significado, la escritura contiene, al parecer, un componente fonológico
obligatorio. El estudio de los errores ortográficos demuestra que
aprendemos a escribir y deletrear estableciendo asociaciones entre
grafemas y fonemas, y no simplemente partiendo del aspecto visual de
las secuencias de grafemas. Las estrategias visuales pueden ser
importantes; por ejemplo, con las palabras de ortografía irregular,
en las que una estrategia fonológica no sirve, la gente suele probar
varias formas ortográficas diferentes para ver cuál tiene el «aspecto»
correcto. Pero normalmente son los signos de actividad fonológica los
que destacan -como cuando los niños trabajosamente escriben G - A - T
- O y repiten los nombres de las letras mientras las escriben, o
cuando los adultos repiten en voz alta las palabras (sobre todo las
complicadas) al escribir.
¿Pro qué se da esta preferencia por la fonología?
Quizá porque la escritura implica una habilidad consciente para
formar secuencias lineales de letras -una habilidad que funciona
habitualmente al procesar las sartas lineales de fonemas del habla,
pero que no está presente en el reconocimiento de patrones visuales (requerido
en la lectura de palabras enteras). Para escribir correctamente,
necesitamos al mismo tiempo esta conciencia fonológica (para manejar
los esquemas ortográficos regulares) y un buen conocimiento de tipo
visual (para tratar las excepciones). Los que escriben mal, al parecer,
carecen de esta doble destreza.
|