Las Siete Maravillas del Mundo |
El Coloso de Rodas
Sin
viajar apenas en el tiempo (apenas unos tres años hacia delante, hasta el
277 a. de C.) vamos a presenciar la construcción de la última de las
maravillas. Para ello abandonaremos el Asia Menor y nos internaremos en el
mar Egeo. Allí, a apenas 18 kilómetros de la costa, encontraremos la más
importante de las islas Esporadas: Rodas. Es importante porque su ciudad,
del mismo nombre, es la capital del Dodecaneso, archipiélago compuesto
por una veintena de islas. La situación geográfica de Rodas es
privilegiada para comerciar con Grecia, el Asia Menor e incluso Egipto, y
gracias a eso se ha convertido en el centro comercial más importante del
Mediterráneo Oriental. Por
ello no es extraño que alguna potencia de la época ambicione apoderarse
de Rodas e intente tomarla, como Macedonia. Su rey, Demetrio I Poliarcetes,
es conocido por su experiencia en el arte militar, sobre todo en los
asedios, tanto, que en futuro los militares se referirán a la técnica de
asediar fortalezas como "Poliarcética". Demetrio ataca, pues,
Rodas. Sin embargo, la ciudad resiste los embates de este temible guerrero,
quien finalmente se marcha con el rabo entre las piernas. ¡La ciudad ha
resistido! Para
celebrar este triunfo, la ciudad decide elevar un monumento memorable a
Helios, dios del sol, en el puerto. Dirige las obras Cares de Lindos, discípulo
de Lisipo. La estatua va creciendo, primero el armazón de hierro y sobre
él las placas de bronce. Finalmente, cuando la estatua se termina mide
nada menos que 32 metros de altura. Su fama atraerá a viajeros de todo el
mundo antiguo para verlo. Con
el Coloso llegaron a ser cinco las maravillas del mundo que se alzaban
sobre la faz de la tierra, número que no fué superado sino que fué
decreciendo. Cincuenta y seis años después de su construcción, en el
223 a. de C., un terremoto derribó al Coloso. Los habitantes de Rodas,
siguiendo el consejo de un oráculo, decidieron dejar yacer sus restos
donde cayeron. Y así fué, durante cerca de novecientos años, hasta que
en el 654 d. de C. los musulmanes se apoderaron del bronce como botín en
una incursión. La
leyenda del Coloso tendió, cómo no, a agrandar sus proporciones. Durante
el renacimiento el Coloso fué "descubierto" por los humanistas,
al igual que el resto del arte griego, y su monumentalidad fué remarcada
haciéndose circular que sus tamaño era tal que los barcos pasaban entre
sus piertas. Pero el Coloso no necesita de mitificación: habrá de pasar
la friolera de dos mil años hasta que el hombre realice otra estatua
colosal que la supere, lo cual lo dice todo.
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