Las Siete Maravillas del Mundo |
Las
Pirámides de Gizeh
La
más antigua de las maravillas, y, curiosamente, la única que ha llegado
hasta nosotros, es el monumental conjunto de las pirámides de Gizeh, en
Egipto. Todos hemos oído hablar de ellas y conocemos su aspecto, así
como sabemos que eran la tumba de los faraones. Pero acerquémonos más, y
averigüemos algunos detalles interesantes. Los
egipcios iniciaron la construcción de pirámides hace muchísimo tiempo,
a lo largo de su Antiguo Imperio: ¡Las más antiguas tienen cerca de
CINCO MIL años! En efecto, la más antigua que se conoce es la pirámide
escalonada de Sakkara, tumba del farón Djoser, que data del 2750 a. de C.
El arquitecto inventor de la pirámide fué el gran visir, y famoso sabio,
Imhotep. Después de este primer ejemplo, los egipcios continuaron
construyendo pirámides hasta bien entrado el Imperio Medio, en que se pasó
a emplear el sepulcro subterráneo en vez de las pirámides. Sin embargo,
del Antiguo Imperio nos han quedado nada menos que ochenta de éstas,
repartidas por el Bajo Egipto. Imaginaos
ahora que estamos presentes en el séquito funerario del farón Khufu. Una
ligera embarcación nos transporta por el Nilo desde la antigua capital,
Menfis, hasta la necrópolis de sus afueras, en la vasta llanura de Gizeh.
Allí abundan las construcciones funerarias, pues es el cementerio donde
van a parar todos los habitantes de la capital, nobles o villanos. Nuestra
embarcación se detiene: en la orilla nos espera una comitiva de
sacerdotes. Detrás, espera el templo construído especialmente para
nuestro faraón, donde se le rendirá culto igual que a un dios (¿acaso
no es de naturaleza divina?). Aquí es donde el cuerpo del faraón es
preparado convenientemente e introducido en el sarcófago. Después, una
comitiva trasporta éste a lo largo de una vía funeraria hacia su
sepultura. Ya
vemos las pirámides. Su impresionante mole destaca sobre el horizonte de
la llanura, dejándonos boquiabiertos. ¡Todo eso es piedra! Bloques de
granito descomunalmente pesados, de un metro de altura, forman las filas
tan apretadamente que no es posible introducir ni un cuchillo entre ellos.
Las filas de piedras están pintadas, formando franjas de diferentes
colores; la punta es de color dorado. Todas las pirámides,
absolutamente todas, tienen la misma alineación: están orientadas al
norte con total exactitud. Los lados de la pirámide tienen una inclinación
impresionante, de 51 grados, que cuando nos acercamos más nos produce la
sensación de que la pirámide "se nos cae" encima. En los
alrededores, se encuentran las pirámides menores y mastabas (edificaciones
rectangulares de paredes inclinadas) para los altos funcionarios. Estamos
ante la pirámide. Sus dimensiones son impresionantes: 146.59 m de altura,
230 m de lado. Tras subir un poco por su lateral, penetramos en su
interior. A la fluctuante luz de las antorchas vamos descubriendo las
paredes, perfectamente lisas, como corresponde a la sepultura de una
encarnación del dios Ra. Tras depositar el sarcófago en la cámara
sepulcral, el corredor será cegado y disimulado, para evitar robos. La
pirámide contiene asimismo una falsa cámara sepulcral. A
pesar de todas estas precauciones, son pocas las tumbas egipcias que
permanecerán intactas hasta la llegada de los arqueólogos. Los ladrones
de tumbas y los árabes irán saqueando con el paso del tiempo la mayoría
de las pirámides y sepulcros. Cuando el arqueólogo Flinders Petrie entre
en las tumbas reales de Abydos, unas de las más antiguas de Egipto, sólo
podrá encontrar un brazo de la momia de una reina. De las tres grandes
pirámides, sólo la más pequeña, la de Micerino, permanecerá intacta. Una
controversia famosa relacionada con las pirámides es la relación entre
el doble de la longitud de su lado y su altura: el número Pi. ¿Porqué
se tomarían tantas molestias los antiguos egipcios para conseguir que sus
construcciones mantuvieran una relación matemática tan precisa? ¿Una
especie de chauvinismo matemático? Personalmente prefiero pensar que lo
hicieron porque era la forma más segura de conseguir que la inclinación
de las pirámides fuera uniforme, y de que éstas serían perfectamente
regulares. En efecto, si pensamos que probablemente se servían de ruedas
de madera para medir longitudes de forma fácil y exacta, veremos que con
una de éstas ruedas, hecha de la misma altura que los bloques de piedra,
se comprobaba la inclinación rápidamente: cada nueva hilera de piedras
debía medir media vuelta menos. De esta forma sale, automáticamente, la
relación de Pi entre el doble del lado y la altura de la pirámide. Suena
lógico, ¿verdad? Pero lo más curioso es que, como de forma meticulosa
me ha hecho notar Jesús Cea, ello no implica necesariamente que los
antiguos egipcios conocieran el número Pi; después de todo, éste sale
automáticamente debido a que se realizaron las medidas a base de ruedas. Han
pasado ya cerca de cinco mil años hasta nuestros días, y la humanidad
todavía no ha realizado nada semejante. La más pequeña de las tres pirámides
de Gizeh multiplica varias veces el peso de la mayor de las construcciones
modernas; y es que los aparejadores de nuestros días se las verían y se
las compondrían para enfrentarse con esos enormes bloques de piedra, difíciles
de manejar hasta para las más potentes grúas. Cuando pensamos en que los
antiguos egipcios carecían de máquinas, que movían las enormes piedras
sólo con el esfuerzo físico de cuadrillas de docenas de trabajadores,
nos parece un milagro. De hecho, ni siquiera los propios egipcios fueron
capaces de superarlo: continuarían construyendo pirámides durante siglos
y siglos, sin llegar a igualar el esplendor de las pirámides de Gizeh,
que sorprendentemente, fueron de las primeras que se construyeron. Como
corolario, citaré dos testimonios célebres: el de Abd-ul-Latif, que dijo
"Todas las cosas temen el tiempo, pero el tiempo tiene miedo a las
pirámides"; y el de Napoleón, que comandó una expedición a Egipto
cuando era primer cónsul, y pronunció las conocidas palabras "Desde
lo alto de estas pirámides, veinte siglos nos contemplan". Aunque,
la verdad, Napo, cuarenta y cinco habría sido una cantidad más precisa. Pero
aún nos queda una visita que realizar en la llanura de Gizeh: se trata de
la guinda del pastel: la esfinge. Esta escultura, que representa a un león
con rostro humano (se cree que representa al farón Khafra; al menos,
viste sobre la cabeza el típico klaft, manto que llevaban los faraones)
es contemporánea de las pirámides, mide 70 metros de longitud y 20 de
altura. Para construirla, aprovecharon un montículo de caliza en la
llanura, que labraron y completaron con bloques de piedra. Cuando ya
contaba con mil años de edad, el faraón Tuthmosis IV hizo esculpir entre
sus patas una escena representando un sueño, en el cual la esfinge le
daba el trono en recompensa por haberla salvado de morir sepultada bajo la
arena del desierto. Otros mil y pico años más tarde, en la época romana,
se excavó un santuario en el seno de la esfinge. Y cuando la esfinge ya
superaba los cuatro mil años, estas modificaciones posteriores pasaron a
ser destructivas en vez de constructivas: los iconoclastas primero, y los
mamelucos después, mutilaron el monumento, dañando sus ojos y arrancándole
su nariz. Vemos aquí un primer ejemplo, aunque desgraciadamente no el último,
que demuestra que entre las capacidades del hombre se encuentra no sólo
el construir maravillas, sino también el destruirlas.
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