Francia

 

 

Felipe IV el Hermoso

 

Felipe IV el Hermoso, el último de los grandes reyes Capetos, fortaleció en gran medida los poderes regios. El monarca eligió consejeros capaces y ambiciosos al servicio de su administración, de los que los más conocidos fueron Guillermo de Nogaret y Pierre Dubois. Juntos intentaron suprimir las limitaciones a la autoridad real, usurpada en parte por los privilegios especiales o las prerrogativas provinciales. Se obligó a obispos, barones y ciudadanos a cooperar con el rey, bien sometiéndoles a la justicia real o demandando nuevos impuestos para la corona. El rey anexionó con éxito el Franco Condado, Lyon y zonas de Lorena, pero fracasó en su intento de controlar Flandes.

La intervención de Felipe IV en Flandes fue muy costosa, lo que le llevó a intentar gravar con impuestos al clero provocando un agudo conflicto con el papa Bonifacio VIII, derivado de las diferentes concepciones de soberanía que ambos defendían. En 1297, Bonifacio aceptó que, por circunstancias excepcionales de la ‘defensa del dominio’, un rey pudiera solicitar impuestos al clero sin consultar al Papa. Sin embargo, no admitió los derechos del rey para arrestar a un sacerdote por un cargo secular. Se intercambiaron ataques difamatorios y disputas legales. Nogaret dirigió una expedición a Italia con la intención de apresar a Bonifacio VIII y conducirle a Francia para ser juzgado. En Anagni tuvo lugar un violento enfrentamiento y poco después murió el anciano Papa. En 1305, la influencia de Felipe aseguró la elección de un papa francés, Clemente V, que trasladó la sede pontificia de Roma a Aviñón en 1309.

La ambición insaciable de Felipe le llevó a expulsar a los judíos del reino y a confiscar sus riquezas. Por la misma razón persiguió y eliminó a la acaudalada orden de los Caballeros Templarios.

Felipe consiguió fortalecer el gobierno real, pero sus métodos arbitrarios socavaron el respeto que había conseguido la monarquía con sus antecesores. El sistema administrativo continuó funcionando bien a lo largo de los siglos XIV y XV, pero el prestigio de la monarquía disminuyó mucho y fueron cuestionadas a menudo sus prerrogativas. Este descenso de prestigio estuvo acompañado por una ruptura en la línea sucesoria: entre 1314 y 1328, cuatro hijos de Felipe IV —Luis X, Juan I, Felipe V y Carlos IV el Hermoso— subieron al trono sucesivamente y todos murieron sin dejar ningún heredero varón.