Leonart, Euler |
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Nació : 15 de Abril 1707 en Basilea, Suiza |
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Falleció : 18 de Septiembre 1783 en St.Petersburg, Rusia |
Leonhard Euler, fue hijo de un clérigo, que vivía en los
alrededores de Basilea. Su talento natural para las matemáticas se evidenció
pronto por el afán y la facilidad con que dominaba los elementos, bajo la
tutela de su padre .
A una edad temprana fue enviado a la Universidad de Basilea, donde atrajo la
atención de Jean Bernoulli. Inspirado por un maestro así, maduró
rápidamente, a los 17 años de edad, cuando se graduó Doctor, provocó grandes
aplausos con un discurso probatorio, el tema del cual era una comparación entre
los sistemas cartesiano y newtoniano.
Su padre deseaba que ingresara en el sagrado ministerio, y orientó a su hijo
hacia el estudio de la teología. Pero , al contrario del padre de Bernoulli,
abandonó sus ideas cuando vio que el talento de su hijo iba en otra dirección.
Leonhard fue autorizado a reanudar sus estudios favoritos y, a la edad de
diecinueve años, envió dos disertaciones a la Academia de París, una sobre
arboladura de barcos, y la otra sobre la filosofía del sonido. Estos ensayos
marcan el comienzo de su espléndida carrera.
Por esta época decidió dejar su país nativo, a consecuencia de una aguda
decepción, al no lograr un profesorado vacante en Basilea. Así, Euler partió
en 1727, año de la muerte de Newton, a San Petersburgo,
para reunirse con sus amigos, los jóvenes Bernoulli, que le habían precedido
allí algunos años antes .
En el camino hacia Rusia, se enteró de que Nicolás
Bernoulli había caído víctima del duro clima nórdico; y el mismo día
que puso pie sobre suelo ruso murió la emperatriz Catalina, acontecimiento que
amenazó con la disolución de la Academia, cuya fundación ella había
dirigido. Euler, desanimado, estuvo a punto de abandonar toda esperanza de una
carrera intelectual y alistarse en la marina rusa. Pero, felizmente para las
matemáticas, Euler obtuvo la cátedra de filosofía natural en 1730, cuando
tuvo lugar un cambio en el sesgo de los asuntos públicos. En 1733 sucedió a su
amigo Daniel Bernoulli, que deseaba retirarse, y el
mismo año se casó con Mademoiselle Gsell, una dama suiza, hija de un pintor
que había sido llevado a Rusia por Pedro el Grande.
Dos años más tarde, Euler dio una muestra insigne de su talento, cuando
efectuó en tres días la resolución de un problema que la Academia necesitaba
urgentemente, pese a que se le juzgaba insoluble en menos de varios meses de
labor. Pero el esfuerzo realizado tuvo por consecuencia la pérdida de la vista
de un ojo. Pese a esta calamidad, prosperó en sus estudios y descubrimientos;
parecía que cada paso no hacía más que darle fuerzas para esfuerzos futuros.
Hacia los treinta años de edad, fue honrado por la Academia de París,
recibiendo un nombramiento; asimismo Daniel Bernoulli y Collin Maclaurin, por
sus disertaciones sobre el flujo y el reflujo de las mareas. La obra de
Maclaurin contenía un célebre teorema sobre el equilibrio de esferoides
elípticos; la de Euler acercaba bastante la esperanza de resolver problemas
relevantes sobre los movimientos de los cuerpos celestes.
En el verano de 1741, el rey Federico el Grande invitó a Euler a residir en
Berlín. Esta invitación fue aceptada, y Euler vivió en Alemania hasta 1766.
Cuando acababa de llegar, recibió una carta real, escrita desde el campamento
de Reichenbach, y poco después fue presentado a la reina madre, que siempre
había tenido un gran interés en conversar con hombres ilustres. Aunque
intentó que Euler estuviera a sus anchas, nunca logró llevarle a una
conversación que no fuera en monosílabos. Un día, cuando le preguntó el
motivo de esto, Euler replicó: "Señora, es porque acabo de llegar de un
país donde se ahorca a todas las personas que hablan". Durante su
residencia en Berlín, Euler escribió un notable conjunto de cartas, o
lecciones, sobre filosofía natural, para la princesa de Anhalt Dessau, que
anhelaba la instrucción de un tan gran maestro. Estas cartas son un modelo de
enseñanza clara e interesante, y es notable que Euler pudiera encontrar el
tiempo para un trabajo elemental tan minucioso como éste, en medio de todos sus
demás intereses literarios.
Su madre viuda vivió también en Berlín durante once años, recibiendo asiduas
atenciones de su hijo y disfrutando del placer de verle universalmente estimado
y admirado. En Berlín, Euler intimó con M. de Maupertuis, presidente de la
Academia, un francés de Bretaña, que favorecía especialmente a la filosofía
newtoniana, de preferencia a la cartesiana . Su influencia fue importante,
puesto que la ejerció en una época en que la opinión continental aún dudaba
en aceptar las opiniones de Newton. Maupertuis impresionó mucho a Euler con su
principio favorito del mínimo esfuerzo, que Euler empleaba con buenos
resultados en sus problemas mecánicos.
Un hecho que habla mucho en favor de la estima en que tenía a Euler, es que
cuando el ejército ruso invadió Alemania en 1760 y saqueó una granja
perteneciente a Euler, y el acto llegó al conocimiento del general, la pérdida
fue inmediatamente remediada, y a ello se añadió un obsequio de cuatro mil
florines, hecho por la emperatriz Isabel cuando se enteró del suceso. En 1766
Euler volvió a San Petersburgo, para pasar allí el resto de sus días, pero
poco después de su llegada perdió la vista del otro ojo. Durante algún
tiempo, se vio obligado a utilizar una pizarra, sobre la cual realizaba sus
cálculos, en grandes caracteres. No obstante, sus discípulos e hijos copiaron
luego su obra, escribiendo las memorias exactamente como se la dictaba Euler.
Una obra magnífica, que era en extremo sorprendente, tanto por su esfuerzo como
por su originalidad. Euler poseyó una asombrosa facilidad para los números y
el raro don de realizar mentalmente cálculos de largo alcance. Se recuerda que
en una ocasión, cuando dos de sus discípulos, al realizar la suma de unas
series de diecisiete términos, no estaban de acuerdo con los resultados en una
unidad de la quincuagésima cifra significativa, se recurrió a Euler. Este
repasó el cálculo mentalmente, y su decisión resultó ser correcta.
En 1771, cuando estalló un gran fuego en la ciudad, llegando hasta la casa de
Euler, un compatriota de Basilea, Peter Grimm, se arrojó a las llamas,
descubrió al hombre ciego, y lo salvó llevándolo sobre sus hombros. Si bien
se perdieron los libros y el mobiliario, se salvaron sus preciosos escritos.
Euler continuó su profuso trabajo durante doce años, hasta el día de su
muerte, a los setenta y seis años de edad.
Euler era como Newton y muchos otros, un hombre capacitado, que había estudiado
anatomía, química y botánica. Como se dice de Leibniz,
podría repetir la Eneida, del principio hasta el fin, e incluso podría
recordar las primeras y las últimas líneas de cada página de la edición que
solía utilizar. Esta capacidad parece haber sido el resultado de su maravillosa
concentración, aquel gran elemento del poder inventivo, del que el mismo Newton
ha dado testimonio, cuando los sentidos se encierran en intensa meditación y
ninguna idea externa puede introducirse. La apacibilidad de ánimo, la
moderación y la sencillez de las costumbres fueron sus características. Su
hogar era su alegría, y le gustaban los niños. Pese a su desgracia, fue
animoso y alegre, poseyó abundante energía; como ha atestiguado su discípulo
M. Fuss, "su piedad era racional y sincera; su devoción, ferviente".